martes, 26 de abril de 2011

Carta dirgida a:

Toulouse


Era sencillo, la tormenta que no amainaba en esos párpados, el descanso a la escalera que se perpétua hasta llegar a la coma del silencio, extasiado de la mirada que no se olvida, ojos que rasgan el espacio y el concepto de lo concebible, oh no, no importa linda, no importa, fui yo él que te vi y te habló, fui yo él que pegó las hojitas a tu tallo desnudo, cervecita tibia, me aferro a tu vaso, fragancia a polillas intelectuales, gatintera; en algo tenemos que creer para volver a las regresiones, para volver a sabernos vivos, porque no hay de otra... y estoy asustado... puesto que la costra se despega; !oh costras! tanto tiempo sin oirlas, comezón de la realidad palpable, sangre, gotera ritmica que me asegura el exílio, asílo en la patria de los no deseados, sí, la náusea hecha vida, la vida que tiene náuseas, mi vida, sepúlcro de flores prematuras, la primera palabra ideada de una filosofia tristemente olvidada; sigo viendo tus ojos, como la única ruta al sueño, proyección de la inconciencia avergozanda en la blanquecina pared verduga, tengo frio, mis brazos tienen frio, mi pecho está desolado y abierto como la cueva donde antígona encontró la inmortalidad, apago la idea, como lámpara desapercibida que espera a que duerma para encenderse en sueños, pero he de acabar con todas lámparas, y maquinarán las sombras con sus velas de silencio, y se derritará la realidad para volverte a hayar amada mía.

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